“Todavía nos encontramos bien –escribió el autor anónimo de las Cartas desde Stalingrado–, nuestro pulso es normal y tenemos una docena de cigarrillos. Ayer una sopa en la tripa. Hoy, unos trozos de jamón robados en un saco lanzado en paracaídas (la suerte está echada y cada uno tiene que ocuparse de su propia subsistencia). Escondidos en un sótano, nos calentamos con el mobiliario del lugar, tenemos veintiséis años y no somos demasiado idiotas. El día en que recibimos los galones de Oberfeldwebel gritamos ¡Heil Hitler!, todos juntos, y ahora reventaremos o tendremos que ir a Siberia […]. Amigo mío, puedes ahorrarte la respuesta. Sin embargo, dentro de quince días acuérdate de lo que escribo. No es necesario ser un adivino extraordinariamente lúcido para prever el final. Pero nunca sabrás cómo sucedió”.
En realidad, sí lo sabemos. El 20 de enero de 1943, el 65.º Ejército soviético atacó y penetró profundamente en la bolsa en la que se atrincheraban los últimos defensores. Mientras lo hacía destruyó por completo a la 44.ª División de Infantería Hoch und Deutschmeister, de origen austríaco y una de las de más solera de la Wehrmacht. En ese momento, los generales Von Seydlitz-Kurzbach, al mando del LI Cuerpo de Ejército, y Max Pfeffer, quien dirigía la 297.ª División de Infantería, sugirieron al general Friedrich Paulus, comandante en jefe del Sexto Ejército y de las tropas cercadas, que había llegado el momento de pedir un alto el fuego. Los demás generales se negaron. Dos días más tarde, a las 8.00 horas, un potente bombardeo artillero soviético fue el preludio de una nueva ofensiva. Las fuerzas asaltantes no tardaron en abrir brecha de nuevo y dirigirse hacia el este y, al día siguiente, capturaron los aeródromos de Gumrak y Stalingradski. A partir de ese momento, si la Luftwaffe iba a ser capaz de lanzar provisiones en paracaídas los aviones ya no podrían aterrizar y las posibilidades, incluso para los heridos, de abandonar la bolsa, se redujeron prácticamente a cero.
Entretanto, el propio Erich von Manstein, al mando del Heeresgruppe Don, había solicitado el día 21 al cuartel general de Hitler que permitiera a Paulus acabar con el sufrimiento de su ejército. A fin de cuentas, el Primer Ejército Panzer ya estaba a salvo en Rostov y el Decimoséptimo había llegado a la península de Tamán, la resistencia no tenía sentido. La respuesta fue tajante: “El Sexto Ejército seguirá combatiendo hasta la última bala”. El leitmotiv se repetiría una y otra vez. Un radiograma del día 22 de enero a las 19.00 horas informó a Paulus:
“Capitulación excluida. Tropa se defenderá hasta el final. Si es posible, resistir en una fortaleza más pequeña con los hombres aún capaces […]. El Sexto Ejército hará así una contribución histórica en la lucha más violenta de la historia alemana”.
Y de nuevo el día 23. “Cada día que la fortaleza de Stalingrado aguante es importante. Sirve para reconstruir el frente y asegurar la eficacia de las medidas que se tomen”. En este caso firmaba el propio Hitler.
“¡Mi Führer! Sus órdenes serán ejecutadas. Viva Alemania, Heil, mi Führer”.
Paulus iniciaba así la serie de respuestas grandilocuentes que anunciaban el final inminente de la resistencia. Dos años después, por ejemplo, la guarnición asediada de Budapest iba a enviar mensajes similares.
El día 26 de enero fue crucial. Mientras 40 000 heridos sufrían horrendamente, algunos inmovilizados, otros, los que podían, vagando por las ruinas en busca de comida, el general Paulus trasladó su cuartel general, por última vez, a los sótanos de los almacenes Univermag, junto a la llamada “Plaza Roja”. Al alba de esa misma jornada entraron en contacto elementos del 21.er Ejército (121.ª Brigada Motorizada), proveniente del oeste, con tropas del 62.º (13.ª División de Fusileros de la Guardia) en el distrito de industrial de Barrikadi, en manos alemanas desde octubre de 1942. La bolsa quedó partida en dos.
Paulus había previsto la situación y había nombrado al general Strecker para que tomara el mando en el norte, a Heitz en el centro y él mismo seguiría dirigiendo el sector sur, aunque algunos autores sostienen que para entonces era en realidad su jefe de Estado Mayor, el general Schmidt, quien dirigía el ejército. «La relación entre los dos era correcta, pero vacía de calor humano. Paulus era inteligente, tenía un talento operativo, era un hombre generoso, muy sensible, fácilmente impresionable, pero no tenía una fuerte personalidad. Su jefe de Estado Mayor estaba soltero, era listo, enérgico, un táctico competente, un hombre duro hasta la médula, hasta el punto de la inflexibilidad […]. Schmidt era el hombre fuerte y dominante”, escribió Marcel Stein en Field Marshal Von Manstein, the Janus Head.
El 30 de enero, con la bolsa rota en diversos pedazos, Paulus volvió a comunicarse con el dictador:
“Por el aniversario de su llegada al poder, el Sexto Ejército saluda a su Führer. La bandera de la cruz gamada sigue ondeando sobre Stalingrado. Nuestro combate será un ejemplo para las generaciones por venir, el de no capitular jamás, incluso en las situaciones más desesperadas. Entonces, Alemania vencerá. Heil, mi Führer”.
Esa misma noche Hitler lo nombró mariscal de campo. Sin embargo, el ardor guerrero no duró; a las 6.15 horas un último radiograma desde el cuartel general de Stalingrado anunciaba: “Rusos delante de la puerta. Preparamos las destrucciones”, y un rato más tarde: “Destruimos”.
Los soviéticos habían bombardeado la “Plaza Roja”, habían despejado los edificios al asalto, con granadas y lanzallamas, y avanzado hacia los almacenes Univermag. Los últimos en caer fueron los granaderos del 194.º Regimiento (71.ª División, del general Roske), que estaban apostados en los pisos de la gran tienda. Entonces, cesó la resistencia. Fue el general Schmidt quien se entrevistó, inicialmente, con un teniente del 64.º Ejército llamado Ilchenko. Paulus, en la sala adyacente, era informado por el coronel Adam. Según Antony Beevor, es difícil saber si para distanciarse del proceso y poder decir, como haría posteriormente, que él no se había rendido, o si simplemente fue porque era Schmidt quien tenía el control.
Luego, el general se entregó. Según una entrevista concedida por el teniente Fyodor Ilchenko, las cosas pudieron suceder así:
“Por fin, entramos en la sala en la que se encontraba el general Roske. Schmidt, el jefe de Estado Mayor, llegó al instante. Nos llevaron hasta Paulus. Miré al reloj, eran las 6.45 horas. El mariscal de campo estaba tumbado sobre una cama de hierro, sin su uniforme. El cabo de una vela ardía sobre la mesa, arrojando luz sobre un acordeón que había sobre ella. Paulus no nos saludó, sino que se sentó. Parecía enfermo y agotado. Su cara tenía un tic compulsivo. Tras haber escuchado el informe de Schmidt sobre las exigencias de los oficiales soviéticos, Paulus asintió con una cansina sacudida de la cabeza. Poco después le conté esta visita al coronel Burmakov, y él informó a otras instancias. Entonces me ordenó que volviera al bunker de Paulus. Volví acompañado de telefonistas y operadores de radio, y soldados armados con subfusiles. A las 8.00 llegaron oficiales de la 38.ª Brigada […]. Acordamos, con los generales Roske y Schmidt, enviar gente de ambos bandos con altavoces montados en coches, por el frente, para anunciar el cese el fuego. A las 8.15 llegaron oficiales del estado mayor del 64.º Ejército: el coronel G. S. Lukin, el comandante I. M. Ryzhov y el teniente coronel B. I. Mutovin. Entregaron un ultimátum a los alemanes para que cesaran de inmediato toda resistencia y que el grupo sur se rindiera sin condiciones. Los alemanes aceptaron y fueron tomados prisioneros”.
“Como sus soldados, los tres hombres [Paulus, Schmidt y Roske] que salieron a la luz del sol tenían barbas incipientes, aunque sus rostros no estaban tan cadavéricos como aquellos”, indica Beevor. La rendición de Paulus y de la bolsa sur llegó aquel 31 de enero, pero esto no significó el final de los combates por Stalingrado. En otros sectores, sobre todo al norte, algunos combatientes iban a resistir hasta el 2 de febrero, día en que cesaron definitivamente los combates y que marcaría oficialmente el fin de la batalla de Stalingrado.
La batalla de Stalingrado, que había comenzado seis largos y encarnizados meses atrás, había concluido. La Segunda Guerra Mundial en el Frente del Este aún se prolongaría otros dos cruentos años más.
La foto del los T-34 no estan entrando en la plaza de los héroes,si no en la,de la estación,aunque probablemente provienen de dicha plaza
Criticado, odiado…..Paulus es el protagonista que la historia señala pero hay mucho más que contar sobretodo lo que llevo a ese extremo.
Saludos
Sin duda fue la peor batalla de todas y prbablemente la más decisiva, el mundo no debe olvidadr lo que allí ocurrió, fue atroz.